Esto de los perros es como el consumo público del tabaco. Llegó un momento que por razones de salud pública se determinó que quiénes se perjudicaban así mismos con ese consumo no tenían derecho a perjudicar la salud a los demás.
Con los perros, pasa una cosa parecida. Quiénes disfrutan con su tenencia, no tiene derecho a contaminar o ensuciar las calles y espacios públicos de las ciudades. Alguna vez me he preguntado que si se prohibió hace siglos que los seres humanos arrojaran sus heces y orines a la vía pública, por qué todavía se tiene que consentir que los animales de compañia que puedan hacerlo, aunque sus dueños recojan esos residuos (los sólidos, que los orines ahí quedan en las esquinas o pudriendo postes y farolas). Cuestión distinta es tener esos animales en entornos rurales.
Y no valen los argumentos de los canófilos de que también contaminan los automóviles. Pues precisamente por eso, estamos en plena transición eléctrica y a quiénes nos gustan los motores térmicos nos tenemos que aguantar.
Seguro que la he liado parda con este comentario, pero igual que me sublevaba respirar el humo ajeno, también me molesta tener que sortear por la calle los excrementos caninos o que se utilice la vía pública de mingitorio perruno. Lo digo como lo siento: el que tenga perro que lo disfrute, pero que no perjudique a los demás.